martes, 6 de enero de 2009

Día de Reyes

Tenía sólo 6 años. Era una niña tímida, casi todo le daba mucha vergüenza. No quería hacerse notar. Pasaba las horas en su habitación, con sus cuentos y sus muñecas, creando mundos paralelos en su cabeza.
Llevaba mucho tiempo despierta, con los ojos abiertos, mirando al techo, esperando el momento de levantarse, torturándose ante la idea de si habría sido buena o no este año y preguntándose qué le habrían traído los Reyes.
Nunca escribía una carta a los Reyes Magos. Mejor dicho, sí que la escribía, pero nunca les pedía nada en concreto. Siempre ponía unas palabras. Al principio ayudada por sus padres y después sola, con su escritura torpe de letras desiguales. Saludaba a los Reyes y les daba recuerdos. Luego les decía que como sabía que había muchos niños, que ella no necesitaba nada en especial, que le trajesen los que ellos quisiesen. Así año tras año.
Colocaba las zapatillas al lado de la ventana, un plato con galletas y leche para los Reyes, agua para los camellos y una copita de algún licor para que celebraran que ya les quedaba una casa menos que visitar.
Estaba impaciente y se levantó de un salto. Nunca dormía mucho (solía leer a escondidas cuentos bajo las sábanas) pero la noche de Reyes apenas era capaz de pegar ojo por la emoción.
Debía de ser muy temprano porque toda la casa estaba en silencio.
Corrió por el pasillo, abrió la puerta del cuarto de los juguetes, que por una vez había dejado recogido, y se quedó paralizada.
Allí, en el suelo, había dos paquetes de chocolatinas, uno para ella y otro para su hermano y una nota que decía que aunque se habían portado bien ese año los Reyes estaban un poco pobres y no podían traer ningún regalo. Les mandaban un beso y decían que volverían el año siguiente.
Pensó en llorar. Ella quería abrir un paquete envuelto, con un lazo grande.
Luego, con una mentalidad poco apropiada para una niña tan pequeña, recordó que había muchos niños pobres, sin nada, y que a lo mejor tenían los regalos que eran para ella. Y entonces, misteriosamente, se sintió mejor.
Fue a buscar a su hermano, pensando en cómo le iba a dar la noticia y cómo se tomaría él lo de no tener más regalo que chocolatinas, y a despertar a sus padres a la cama, como todos los años.
Su madre, le preguntó qué le habían traído los Reyes, y ella con voz algo decepcionada ,pero pretendiendo ser una chica mayor que no llora y entiende que no siempre se puede tener todo, le explicó que sólo chocolatinas y que el resto de regalos los tenían los niños pobres.
Su madre le sonrió y le animó a comer una de las chocolatinas, que eran sus preferidas, y luego insistió en que tirase el envoltorio a la basura.
La niña caminó hacia la cocina y abrió la puerta del tendedero donde estaba el cubo de la basura.
Sus ojos se abrieron como platos. Empezó a llorar. Había muchísimos paquetes, de todos los colores con lazos de todos los tamaños.
Llamó a gritos a su hermano para que viera aquello, no fuese que estuviera soñando.
Había dado por hecho que los juguetes estarían en el cuarto de los juguetes, como todos los años, y no se le ocurrió mirar en ningún otro lado.
Aquel día de Reyes quedó grabado para siempre en su memoria, las preciosas muñecas con olor a nuevo, una con una bicicleta que andaba y todo, el microscopio que tanto quería con todas las muestras para ver (a ella le gustaba investigar), la decena de libros de cuentos que llenaban sus momentos de fantasía, los rotuladores de todos los colores (hasta el color carne)...
Los Reyes ese año, le hicieron el mejor regalo, porque nunca nunca ha podido olvidar lo que se siente al ser pequeño.

3 comentarios:

  1. Me encantó tu relato, que genios tus viejos...que linda sorpresa....como te dije voy a seguir pasando por aqui...besos

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  2. Precioso relato!!! Feliz 2009 a ti también! UN beso guapa!!!
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  3. Es verdad, que bonito, y como dice Alelu, tus viejos, muy hábiles, pero tu reaccion espectacular,ahí demuestras la persona que eres.

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