domingo, 22 de febrero de 2009

Ella


Estaba sentada en un banco del parque, en el mismo en el que ella solía pasar las tardes de verano con Javier, comiendo pipas y riéndose por todo. Echaba de menos esos momentos.
Parecía tranquila, sosegada. Tenía las manos en el regazo y miraba al infinito, como soñando.
A su alrededor los niños jugaban, corrían, saltaban, llenos de vida.
No sabía por qué, pero había algo en ELLA que le resultaba familiar, algo conocido en su aspecto. Mientras se acercaba paseó los ojos por el cuerpo de aquella anciana. Tenía el pelo blanco, recogido en un moño y la piel fina y transparente. A pesar de la edad, no tenía demasiadas arrugas. Sólo las arrugas de la alegría, esas que se le forman en las comisuras de los labios y en los ángulos de los ojos a las personas que sonríen mucho.
Tenía un aspecto delicado. Era delgada, pero no menuda. Debía de haber sido una mujer alta en su juventud. Llevaba una chaquetita de punto azul y un vestido vaporoso de flores, que se mecía con la brisa.
Mientras caminaba hacia ELLA, Elisabeth, puedo observar más detalles. Sostenía entre sus manos blancas un pequeño gato de peluche, gris y manoseado. Parecía pertenecer al entorno, con sus pies rodeados de las flores de almendro, caídas.
Siguió acercándose, atraída por la anciana como por un imán, hasta alcanzar una de las esquinas del banco.
Se quedó allí, en medio, parada, algo desconcertada de sus propios actos.
La anciana la miró fijamente. Sus ojos, grandes, brillantes, parecían tener menos años que ELLA.

- Siéntate. Te estaba esperando. Hace años que lo hago. Vengo cada día a sentarme justo en este banco y te aguardo algunas horas. Desde hace cincuenta años.

Elisabeth sintió un vuelco en el corazón. Ella venía cada día al parque. Cada día desde que Javier falleció en un accidente de tráfico con la intención de seguir recordándole. De eso hacía...mucho, ya no podía recordar el tiempo.

- Tenía la esperanza de encontrarte antes, la verdad- prosiguió la mujer.
Creí que me verías aquí, sentada, que me reconocerías, que me darías la importancia que tengo en tu vida.
Pero no ha sido así.
Has tenido los ojos llenos de ayer, no has visto los árboles de hoy, sino los de hace años, ni las flores de ahora, sino las de otras primaveras.
Ni siquiera has visto a los niños jugar. Tus ojos sólo veían a Javier. Él era lo único que de verdad te apetecía ver. Al único que querías abrazar. El único que te podía comprender. O eso has pensado todo este tiempo.

- Pero...¿Usted como sabe...?

- No digas nada. Ya no hay tiempo. Siéntate conmigo al menos unos instantes, por favor. Déjame sentir tu juventud. Déjame mirarte al menos un momento.

Elisabeth se sentó, sin entender aún muy bien a esa señora, que decía algunas cosas inconexas para ella y otras ciertas.
- Debe tener Alzheimer- pensó. Pero...¿Cómo sabe lo de Javier?

Unos segundos más tarde se armó un gran revuelo en el parque cuando ELLA, Elisabeth, cayó desplomada al suelo, aún con el gatito de peluche en las manos, el que Javier le regaló un día de lluvia, y la sonrisa de aquel que se reencuentra consigo mismo en la cara.

2 comentarios:

  1. Qué historia!!qué encuentro!!!. fuerte el quedarse con los ojos llenos de ayer.
    Hermoso para despertar...
    Un abrazo.

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  2. Bello desarrollo. Emocionante, cargado de sentido. Me gustó muchísimo. Cuando pienso en envejecer lo hago viendo que ante todo sigo siendo yo. Y aunque no recuerde quien soy la esencia la mantendré.

    Besos de reencuentros de loki vinodelfin.

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